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BLOODLINE: UN FINAL CON GUSTO A POCO


Esta semana también nos hicimos una maratón de la serie de Netflix y te dejamos una crítica libre de spoilers.

Hace unas semanas llegó a la plataforma de streaming la tercer y última temporada de una de las series que prometía mucho, pero nos dejó con sabor a poco. Todos aquellos que descubrimos Bloodline, creíamos que finalmente había llegado una verdadera sucesora de Breaking Bad; ya que no tenía nada que envidiarle a Walter White: una familia disfuncional, muchos secretos, drogas, alcohol y asesinatos.

Bloodline nos presentó a la familia Rayburn, la cual posee y administra un hotel en Florida Keys. Hasta ahí todo parecía maravilloso, pero apareció Danny, el hijo mayor y oveja negra del clan, para desbaratar todo y sacar a la luz una tragedia de hacía muchos años. Durante toda la primera temporada veíamos a Danny metiéndose en líos y a su hermano John, un detective de la policía, intentando salvar el honor de la familia cueste lo que cueste. El resultado fue fatal e inesperado, dejando a todos con ganas de ver cómo se desenlazaba la trama.

Sin embargo, la segunda temporada trajo las consecuencias de un hecho que cambiaría la vida de todos los Rayburn. Sin embargo, la historia a pesar de tener otro gran momento de tensión sobre el final, no tenía el mismo impacto que los capítulos anteriores. Con ese antecedente, uno esperaba que en los capítulos finales realmente se desencadene una euforia o desesperación absoluta de los personajes, pero eso solo sucede por momentos y no de una manera convincente.

A pesar de un final en el que uno esperaba muchas reacciones, cabe destacar un trabajo excepcional de Sissy Spacek, la matriarca de los Rayburn, que tiene varias escenas de alto voltaje y donde demuestra su gran capacidad actoral y experiencia. El resto queda en deuda, pero siempre recordaremos a esta familia que no eran malas personas, pero que hicieron una cosa muy mala...

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